Confinamientos aristocráticos

Allá por el siglo XVI en la Francia de las guerras de religión, un señor llamado Michel Eyquem de Montaigne vivió confinado durante 10 años en su castillo, sin más preocupación que la lectura de Platón, Séneca, Epicuro o Lucrecio. Bien es verdad que así cualquiera se confina, siendo aristócrata y en una torre circular llena de libros. Pero algo podemos aprender de esa reclusión, por muy voluntaria que fuera la suya y obligada la nuestra. Y es que además de poder disfrutar de nosotros mismos y de los que tenemos cerca, podemos pararnos a pensar, esa característica que nos hace humanos, pero que tan poco llevamos a la práctica en medio del frenesí de la vida moderna 

Al principio de su confinamiento, Montaigne se preguntó ‘¿Qué sé yo?’, y no fue esta una mera interrogación retórica, sino que el intento de respuesta le llevó a plasmar sus reflexiones en piezas que llamó ‘ensayos’ y que lo mismo versaban sobre la amistad que sobre el canibalismosobre la oración que sobre el placersobre el arrepentimiento que sobre los cálculos renalessobre los olores que sobre la soledad... Si en un principio estos escritos solo quedaron a disposición de familiares y amigos, al cabo de los años acabaron por dar nombre a todo un género, el ensayo, se recopilaron en una magna obra conocida como ‘Los ensayos de Montaigne y, sobre todo, han ayudado a millones de lectores a conocer el mundo, la existencia y también a sí mismos.  

En esa pregunta ya se atisba una característica fundamental del pensador francés, la duda. Montaigne es uno de los más preclaros representantes de la corriente del escepticismo, de aquellos para los que la única certeza que existe es que todo debe ser sometido a interrogación, de aquellos para los que el conocimiento, el progreso, se basa en la puesta de cuestión de cualquier conocimiento, en no dar nada por cierto. Y sí esta máxima debiera acompañarnos siempre en la vida (y más en una Escuela como es la nuestra en la que intentamos llevar a cabo el “siempre que enseñes enseña a dudar de lo que enseñas” de Ortega), estos días más aún si cabe y así deberíamos pasar por el tamiz de la duda las informaciones que nos llegan, especialmente por redes sociales o whastsapp, los consejos de los ‘todólogos’ y, si me apuráis, hasta las decisiones del Gobierno. Como dijo T. S. Elliot ni la información implica conocimiento, ni el conocimiento sabiduría. Limitar la información, elegir medios rigurosos, silenciar los grupos de whatsapp y similares y evitar las opiniones negativas nos ayudará a evadirnos y a ser un rato dueños de nosotros mismos, podremos pensar, reflexionar, disfrutar del canto de los pájaros que tan raro es oír en nuestro bullanguero Madrid, de la lectura sosegada, de la conversación sin el ruido de los coches..de lo que, en fin, debería ser una vida plácida. Porque como se ha preguntado estos días la premio Nobel de Literatura Olga Tozarczuch¿no será que hemos vuelto al ritmo de vida normal? ¿que el virus no es el trastorno de la norma, sino que, por el contrario, lo anormal era el frenético mundo anterior al virus? 

Y es que en la época de la globalización, de la biotecnología, de la inteligencia artificial, una peste, esa palabra que parecía enterrada en épocas pretéritas, nos ha venido a recordar, además, la fragilidad de la vida humanaMontaigne dejó sus cargos en la magistratura de Burdeos y se recluyó en su castillo cuando después de la caída de un caballo fue consciente de la inmediatez de la muerte y ante eso decidió que lo mejor era disfrutar de sí mismo y de los demás, de la vida campestre y de los libros, y sobre todo de la reflexión en libertad. “Filosofar es aprender a morir” dijo nuestro pensador: se trata de aprender a vivir con naturalidad sin temor al irremediable final; una vida plena y satisfactoria, que evita el mal, solo conduce a una muerte digna. Esperemos, pues, que el maldito coronavirus por lo menos nos ayude a parar, pensar y volver a vivir dignamente disfrutando de los pequeños placeressiempre dudando; incluso de todo lo dicho aquí. 

Álvaro

3 comentarios:

  1. Tengo un cuaderno maltratado en el que escribo casi todos los días, sin orden ni concierto, pero me ayuda a ver la vida lo más normal posible.
    Gracias por hacerme sentir un pequeño embrión de Montaigne. Me ha encantado tu articulo. Poder disfrutar de vez en cuando de tu filosofar, es un placer.

  2. Qué oportunidad me brinda la lectura de tu escrito para expresar algunos pensamientos que me asaltan estos días.
    Estos días de confinamiento no me han motivado para escribir, aunque sí para pensar. Han sido días duros, de continuas interrogaciones, de dudas de negros presagios.
    Me encantaría que hubieran podido ser como dices días de reflexiones tranquilas, de encontrarse a una misma, pero para eso hubiera tenido que esquivar los continuos wasthsapps, las redes sociales, los comentarios negativos. Tendría que haber dejado de escuchar a los «todólogos» que todo lo saben, a los visionarios que ya lo habían predicho…
    No he sabido evitar a los futurólogos del odio y la muerte y me he llenado de angustia.
    Me encanta la propuestas que recoges de la Premio Nobel, y voy a intentar, a partir de ahora, hacerla mía, intentar vivir como si esta fuera la vida normal, la vida deseable, y aprender a vivir sin el temor a morir.

  3. Jose Manuel Gómez Pacheco

    Este confinamiento me ha ayudado a leer en un pequeño librito algo sobre Montaigne y efectivamente acerca la filosofía a la vida común y trata especialmente sobre sí mismo (ensayos)por eso dice: «preferiría ser un entendido en mí mismo a serlo de Cicerón».
    Estoy convencido que este confinamiento nos ha ayudado a conocernos a nosotros mismos en la rutina diaria.

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